Tengo la suerte de no vivir en el centro, sino en un pueblo a las afueras. Pero aún así… el ritmo trepidante y el estrés crónico consiguen llegar hasta la puerta de tu casa… y se cuelan por cualquier rendija, antes de que te dé tiempo a percatarte de que aquel extraño olor debe de ser estrés.
Así me ocurrió a mi, al menos. Poco a poco, sin darme cuenta, comencé a adoptar los hábitos de ciudad. Empecé a normalizar ciertas dinámicas: las prisas al prepararme para no perder el tren. La manía de comenzar el día mirando el móvil. Las horas y horas enfrente de la pantalla de mi ordenador… Todo parecía ir bien pero poco a poco sentía como esa paz interior, esa alegría desbordante y amor a la vida que me llenaba de motivación y fuerza comenzaba a disiparse…
Empecé a dar importancia a cosas que no me preocupaban antes, cuando estaba relajada. Cada vez parecía que había más problemas… y menos detalles por los que sentirme ilusionada.
La verdad es que escrito así… suena bastante triste. Tampoco siento que ese sea el caso. No me siento triste. Creo que estoy en un momento bastante feliz de mi vida. Pero si que es verdad que si me paro un momento y reflexiono sobre cómo me sentía mientras caminaba y cómo me siento ahora… desde luego existe una gran diferencia.
No sé si la culpa de todo la tiene la ciudad. Pero estoy bastante convencida de que al menos parte. Y no me malinterpretes, seguro que es posible cambiar las dinámicas, plantar cara al estrés y vivir una vida slow en la ciudad.
Pero se puede convertir en una batalla continua, al menos en mi experiencia. Una batalla entre yo misma y mi mente: una batalla para conseguir comenzar el día con una meditación y una taza de té mirando por la ventana, en lugar de despertarme y mirar corriendo la pantalla del móvil. Una batalla por no convertirme en una de las miles de personas que corren a coger el metro por no esperar 5 minutos al siguiente. Una batalla por negarme a pasar tantas horas delante del ordenador.
Sinceramente, no sé cuál es el modo de vida o el lugar ideal de vivir una vida slow. Probablemente no haya ninguno, o dependa de cada persona. Pero reflexionando sobre esto llego a la conclusión de que aunque viva en la ciudad, rodeada de personas que actúan por impulso sin pararse un segundo a pensar por qué se sienten tan mal, quiero permanecer consciente. Quiero encontrar los momentos de reflexión. De meditación. De calma.
Esta reflexión es una excusa para recordármelo. Y si te has sentido identificada, también para recordártelo.
LA FRASE DEL MES
“Cualquier director ha hecho al menos 10 películas malas”
Robert Rodríguez, Rebelde Sin Pasta.
Y me preguntarás, ¿Y esta frase a qué viene? ¿Qué tiene que ver con el tema de esta newsletter? Te lo explico.
Fue una frase que leí hace años en el libro Rebel Without a Crew, del director de Hollywood Robert Rodriguez. Que por cierto, es un libro que te recomiendo sin duda si estás pensando en comenzar cualquier tipo de proyecto artístico y necesitas inspiración – o quitarte todas esas excusas mentales que te ayudan a seguir posponiendo la idea.
Justo este mes me acordé de esta frase, a raíz de una pregunta que me hicieron en Bruselas, en un panel sobre El Poder del Podcast al que fui invitada a participar. En esta charla me preguntaron sobre qué consejo le daría a alguien que estuviera pensando en comenzar un proyecto de podcast.
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