A los pocos días de comenzar a andar comencé a ver cada vez con más claridad que en verdad el camino era una metáfora de la vida, y que todo lo que experimentabas y aprendías en él era aplicable una vez volvías a casa.
Estas fueron algunas de las enseñanzas más importantes que aprendí. Las comparto porque a mi me han servido mucho como filosofía de vida, y espero que te inspiren también a ti para caminar tu camino:
La importancia de saber a dónde vas
Probablemente este fue uno de los descubrimientos que más me impactaron y cambiaron mi manera de pensar.
A los pocos días de empezar a caminar me di cuenta de que me sentía muy feliz, sin ningún motivo aparente. Comencé a pensar sobre ello, a intentar identificar la causa de esa felicidad tan pura. Y me di cuenta de que se debía a que no tenía preocupaciones. Y no tenía preocupaciones porque cada día me levantaba teniendo muy claro cuál era mi objetivo: Mi objetivo era llegar a Santiago y, en mi caso, a Finisterre. Mi objetivo era caminar siguiendo el sol, hasta que el mar me impidiera caminar más allá.
Y sabiendo eso, teniendo claro hacia dónde estaba caminando, el camino a recorrer no parecía tan difícil. Por supuesto, había momentos duros. De hecho, hubo momentos muy duros. Y otros muy buenos. Pero no eran ni los momentos buenos ni los malos los que me hacían decidir si yo quería seguir caminando o no. Lo que me hacía seguir caminando era la sensación de que cada día estaba un poco más cerca de mi objetivo. De que lo estaba logrando. Y ahí, en esa sensación de avance, en la motivación de una meta, encontraba la fuerza para seguir caminando.
Pero sin dejar de disfrutar el camino
Tener claro hacia dónde caminaba borraba las preocupaciones y me permitía ser feliz cada día. Me daba seguridad, me daba una razón de ser. Pero en realidad… el objetivo en sí mismo no era tan importante. Podría haber sido cualquier otro.
Me di cuenta al llegar hasta él. Después de caminar tantos kilómetros con una meta concreta, después de sufrir dolores de pies, ampollas y el peso de la mochila en mi espalda cada día… me había autoconvencido de que todo merecería la pena, todo cobraría sentido súbitamente, una vez llegara hasta mi objetivo.
Pero en realidad… no pasó nada. Quizás un sentimiento momentáneo de “¡Lo he conseguido!”, “¡He sido capaz!”. Pero lo que realmente me había transformado era todo el aprendizaje que había experimentado caminando hasta allí. Las personas que había conocido y que tanto me habían inspirado. Las situaciones que me habían hecho crecer. El simple caminar, que tanto me había fortalecido física y mentalmente.
El objetivo era necesario, porque sin él no hubiese caminado. Pero en realidad, era la excusa para caminar. Lo verdaderamente importante era el camino en sí mismo.
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